Mucha gente pasa revista a una experiencia particular que le convenció de la realidad de Dios. Michael Mört creció en el este de Sajonia en una granja. Trabajó tres años y medio en el Hospital Misionero. Esta es su historia.
„A la edad de 11 años quería montar a caballo. Cojí la nueva vara de mi hermano y empecé mi paseo con nuestro caballo Susan. En el camino el caballo se desbocó. Al momento cuando estaba por derribar el cerca de la dehesa, me eché al pasto. Por suerte, Susan se dejó atrapar y a pie la llevé a la granja. Entretanto dejé la vara en la silla de montar.
Para tomar el camino más corto, atravesé un campo de trigo de unos tres kilómetros cuadrados, donde una cosechadora estaba cosechando. De vuelta a casa quería dejar la vara en su lugar de siempre, pero ya no estaba en la silla. Mi mamá me mandó buscarla en seguida.
Entonces me puse a buscar por los caminos forestales, pero sin éxito. Temía que la vara amarilla tendría que estar en alguna parte del campo de trigo que las cosechadoras estaban cambiando de minuto en minuto.
Mientras que estaba pasando a lo largo del campo, se me vino a la cabeza de pedir le ayuda a Dios. Solté el manillar y junté las manos para orar. Recordando las palabras de mi pastor que para orar se debería cerrar los ojos, así lo hice. Estaba seguro de que nunca iba a encontrar la vara.
Abrí los ojos y justo cuando iba a seguir buscando, vi la vara en el rastrojo!“
Esta oración que fue escuchada marcó la vida de Michael Mörl. Jesús nos animó a orar con la ingenuidad de un niño. Parece que no hay nada en el universo que tanto le alegra a Dios que nuestra confianza infantil. ¿No quiere probarlo usted?