Un Ingeniero Civil de la nada

Klemenz

Udo y Barbara Klemenz

A medida que se acercaba el 18 de febrero de 2005, yo esperaba cada vez más ansioso la llegada de los dos ejecutivos de Constructec que viajarían a Alemania desde el Ecuador para negociar los detalles de un contrato de construcción con

la institución de Diospi Suyana. Me sentía como si tuviera la cabeza en las nubes. En el primer año de nuestros esfuerzos centrados en la recaudación de fondos, Tina y yo habíamos recibido cuatrocientos mil dólares en ofrendas. No era un mal comienzo, pero solo era una gota en el cubo que nos haría falta. El contrato sindicaba que el costo de la construcción del hospital estaría muy por encima de los tres millones de dólares. Esto solo incluía el edificio, sin tener en cuenta nada

de lo que tenía que llevar dentro: equipos, muebles y demás.Yo calculaba el valor de los equipos necesarios en una cantidad cercana a los dos millones. Pero no nos faltaba solo dinero. Había algo más que se estaba convirtiendo en un dolor de cabeza más grande aún.

Durante meses, había estado buscando un ingeniero que supervisara la obra de construcción en el Perú; un hombre con una experiencia internacional, que fuera saludable y fuerte y estuviera dispuesto a trasladarse al Perú y vivir allí durante dos años. También teníamos la esperanza de hallar alguien que hiciera todo esto gratuitamente. Tal vez no existiera nadie con estas características. Y si existía, decididamente nosotros no lo habíamos encontrado todavía.

Dos días antes del momento señalado para la reunión, yo me hallaba sentado en nuestro pequeño apartamento del ático. Junto a mí, sentado también a la mesa, el abogado Klaus Schultze–Rhonhof estaba tratando de explicarme cincuenta páginas escritas en «legales». El borrador inicial del contrato contenía numerosos términos que a mí, médico de profesión, se me hacían totalmente incomprensibles. El Sr. Schultze–Rhonhof se había ofrecido para ayudarme en las negociaciones con Constructec. Tenía todas mis esperanzas puestas en él, porque como son las cosas de la «fortuna», Olaf Böttger cayó enfermo aquella semana, y no pudo participar en las conversaciones con Constructec.

«Yo también pertenezco a una organización de caridad», me dijo el abogado, echando un poco a un lado las notas. «Somos unos veinte, y levantamos fondos para algunos de los hijos de prostitutas de São Paulo, en el Brasil».Klaus Schultze–Rhonhof y yo teníamos mucho en común; lo podía sentir. Sus esfuerzos humanitarios suscitaron mi interés. Después me dijo: «Uno de los miembros de nuestro grupo es ingeniero y trabajó para la Philip Holzman».Recordé que la Philip Holzman había sido una de las principals compañías de construcción de Alemania antes de caer en la bancarrota. ¡El hombre del que él estaba hablando tenía que poseer un buen conocimiento práctico en el negocio de la construcción!

«¿Le puedo preguntar su nombre?». «Por supuesto. Se llama Udo Klemenz. Vive en Solms, cerca de Wetzlar».«¿Usted no tendría por casualidad su número de teléfono?»

Había un tono de urgencia en mi voz. El abogado se incline y comenzó a registrar en su maletín, que estaba debajo de la mesa. Pasó un rato bastante largo, y ya me parecía que volvería a levantarse con las manos vacías. «¡Lo encontré!», gritó con satisfacción, mientras me pasaba un pequeño pedazo de papel.

«¿Le importaría que yo tomara el teléfono y le hiciera una rápida llamada al Sr. Klemenz?». «En absoluto», me contestó el abogado, moviendo la cabeza. «Tal vez tenga usted la suerte de encontrarlo en su casa».

Una profunda voz masculina contestó el teléfono.«¿El Sr. Klemenz?», pregunté, tratando de parecer amistoso. «Sí; ¿qué puedo hacer por usted?». «Somos un pequeño grupo de médicos y enfermeras que queremos construir un hospital misionero en el Perú. Estamos buscando un ingeniero civil que pueda supervisar la

obra». Yo sabía que no tenía sentido andarle dando vueltas inútiles al asunto, así que respiré hondo y le hice la más atrevida de todas las preguntas: «¿Podría usted considerar el hacer ese trabajo… gratis?»

Contuve la respiración, en espera de su respuesta. Ciertamente, mi petición era digna de risa. Mis palabras le deben haber parecido ingenuas y presuntuosas al mismo tiempo.«Sí, yo consideraría hacer ese trabajo», me dijo. «Lo mejor

sería que usted pudiera venir a mi casa para estudiar el asunto en persona conmigo y con mi esposa. ¿Cómo le parecería venir esta noche?». «¡Para mí sería perfecto!», casi grité, atónito. Me compuse, recordé mis buenos modales, le di las gracias educadamente y le prometí estar allí en Solms a las siete en punto de la noche.

Cuando colgué el teléfono, el abogado comentó un tanto secamente: «¡Dr. John, usted es el hombre perfecto para esta obra!». Dicho esto, volvimos nuestra atención de nuevo al borrador del contrato.

Apreté un botón para apagar mi GPS. Así que esta casa en la colina era donde vivía la familia. Durante la hora de camino desde Wiesbaden, me iba tratando de imaginar cómo sería nuestra reunión. ¿Se interesarían realmente en nuestro hospital en el Perú? Lleno de esperanzas, toqué el timbre de la puerta.

Udo y Bárbara Klemenz me estaban esperando. Me hicieron pasar a su sala de estar y me ayudaron a instalar el proyector y la computadora portátil. Mi presentación sobre Diospi Suyana duró cerca de una hora. Palabra tras palabra, repetí, como lo había hecho doscientas cincuenta veces antes, la historia de la vida de Tina y mía, que fluía hacia la evolución de nuestro atrevido sueño; el sueño de edificar un hospital misionero moderno en los Andes. Los esposos Klemenz me iban siguiendo en silencio.

Para mi sorpresa, fue Bárbara Klemenz la que habló primero. Sus primeras palabras me dejaron sin habla. «Mi esposo y yo somos cristianos consagrados aquí en uestra iglesia local. Durante los tres últimos días nos hemos estado preguntando

si Dios tendría alguna tarea especial para nosotros». Un escalofrío me recorrió todo el espinazo, y traté de dominar mi emoción. «Hemos orado numerosas veces para pedirle orientación a Dios», siguió diciendo Bárbara Klemenz. «Cuando usted llamó esta mañana, mi esposo y yo estábamos sentados en la cocina, pensando en la dirección de nuestra vida. ¡Su llamada fue como una indicación procedente de Dios!»

Entonces le tocó el turno a su esposo Udo. «Yo trabajé para la Philip Holzmann durante treinta y cinco años, trece de ellos en países en desarrollo». Carraspeó y me dijo: «Tengo la experiencia que usted está buscando. ¡El momento en que llamó esta mañana parece ser indicación de que Dios quiere que nosotros vayamos al Perú!».

El viaje de vuelta hasta Wiesbaden me llevó demasiado tiempo. Estaba impaciente por decirle a Tina lo que había acabado de suceder. Era evidente que Dios había actuado de una manera increíble. Cuando Tina escuchó mi relato, se sintió tan conmovida, que no pudo hablar. Por fin dijo: «¡Todos somos piñones en la inmensa rueda de Dios!»

Las negociaciones con Constructec comenzaron el 18 de febrero, tal como estaban planificadas, y duraron cuatro días enteros. Junto a nosotros a la mesa, se hallaba Udo Klemenz, quien se había convertido de la noche a la mañana en una de las piedras angulares de Diospi Suyana.

 

 

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