Fue un día largo y ajetreado. Las doctoras Luz Peña y Martina John casi terminan su trabajo. Les espera sólo un paciente más en la sala de espera. El caso, sin embargo, parece ser bastante complicado. Un tumor grande está penetrando la pared torácica del joven. Veniendo de muy lejos, está a la vista que el hombre está amenazado de muerte.
«Ya no le podemos ayudar aquí,“ dice Dr. John, «Usted debería dirigirse cuanto antes al gran hospital oncológico en Lima. Puede que los médicos allí aún sepan de una terápia para usted.“
El paciente mueve la cabeza. “Ya he estado allí. Los médicos en Lima me mandaron a venir aquí, a Diospi Suyana.“
De repente Martina John comprende que ese hombre ha viajado con propósito las 17 horas en autobus para llegar a Curahuasi. «Espere! „ le dice,“vuelvo enseguida!»
Unos minutos más tarde el moribundo tiene un texto sobre la fé cristiana en mano y el libro que relata la historia de Diospi Suyana. En la vacía sala de espera están las dos doctoras, su joven paciente que ya ha llegado al final de su vida, su esposa y su hermano.
La doctora misionera empieza a hablar de lo más importante. “Sabe usted, cuando yo cruzo la Panamericana allí abajo, cualquier carro me puede atropellar. Entonces, la pregunta es ?Adónde voy yo después?” Hasta hace pocos instantes la sala de espera pareció totalmente abandonada pero ahora cambia la atmósfera.
“Yo sé adónde voy”, continua Martina John. “ Como Jesús murió por mi en la cruz por mis pecados; sé que me espera la vida eterna. Usted la desea también?” Ahora la doctora se arrodilla delante del paciente y, muy despacio, le formula una oración. El moribundo repite la oración, frase por frase, conscientemente entregándo su vida entera a un Dios que nunca ha podido conocer personalmente.
Mientras tanto corren las lagrimas por los rostros de los demás. El paciente está llorando, su esposa y su hermano también. A su lado las dos doctoras con los ojos húmedos. No son lagrimas de desesperación o de autocompasión. Es más porque en ese instante, las cinco personas sienten la santa presencia de Dios, en medio de la sala de espera, rodeadas de 120 asientos vacíos./ KDJ