20 años es mucho tiempo
Han pasado dos décadas, pero aún recuerdo ese mismo día. En agosto de 2005 había comprado el Mazda para Diospi Suyana en Lima. El trayecto de la capital a Curahuasi duró 15 horas y el largo viaje a la luz de la luna me dejó una sensación acogedora. Las carreteras de entonces estaban vacías y eran tranquilas. Y aunque viajaba sola, no me cansaba. Diez -o eran quince CD de música- me mantenían bien despierta.
Varios conductores maniobraron la camioneta 224.000 kilómetros de una obra a otra en nombre de Diospi Suyana. Por la noche, los chóferes recogían de urgencia a nuestros médicos, enfermeras y personal de laboratorio en la puerta de sus casas. En el Mazda, por supuesto. Ahora el motor ha dejado de funcionar y, al menos en Perú, no hay sustituto. Así que se acerca el momento de decir adiós.
Una sensación extraña. Cientos de empleados a corto y largo plazo estaban en movimiento. Pero el maltrecho carro multiusos siempre seguía en uso. Por desgracia, ningún objeto dura eternamente en este mundo. Y el vehículo vuelve a poner de relieve que nosotros mismos hemos envejecido 20 años. No estoy un poco melancólico, pero la lagrimita que tengo en el ojo es totalmente apropiada.
Mirando hacia atrás, damos gracias a Dios de que nadie de nuestro equipo resultara herido en este vehículo como consecuencia de un accidente. La furgoneta blanca se acerca ahora al final de su misión. Entonces podrá descansar y oxidarse en paz. Y llegará el día en que cada uno de nosotros habrá cumplido su misión en la vida. Cuándo, dónde y cómo será eso, sólo Dios lo sabe.
