Cuando te falla el valor

¿Está permitido orar así?

Como todos los años, yo necesito la revisión técnica para mi auto. Conduzco dos horas por las montañas hasta la estación estatal de control de caros. Se supone que hay dos en la capital regional, Abancay. Pero sólo conozco la oficina cerca del río en el valle, a 80 km de Curahuasi.

Algunos vehículos están haciendo cola. Nadie trabaja. Me detengo justo delante de la entrada y bajo la ventanilla de la puerta del acompañante. Un empleado me saluda: “Dr. Klaus, no tenemos electricidad. Estamos completamente paralizados”.

Salgo de mi vehículo con incredulidad. Está muy bien que me conozca. “No hay electricidad en toda la ciudad de Abancay”, me explica su colega. “¿Y ahora qué?”, pregunto atónito. “¡Vuelve mañana!” – “Se tarda cuatro horas en llegar y volver desde Curahuasi”, respondo indignado. – Los tres empleados de la ITV se encogen de hombros.

Cojo el móvil para llamar al director de la compañía eléctrica estatal. Conozco bastante bien al director y quiero llegar al fondo del asunto yo mismo. – Terrible, no hay cobertura. Este lugar está en medio de un agujero radioeléctrico.

“¡Nuestro jefe acaba de llegar en coche a la ciudad (20 kilómetros cuesta arriba) para preguntarnos! – Tengo que sonreír para mis adentros y ver en mi mente a su jefe sentado en un sofá con un vaso de Coca-Cola en la mano.

Miro a mi alrededor. Todas las oficinas están vacías. “¿Dónde están las secretarias?”, quiero saber. “Hace tiempo que se fueron a casa”, es la aburrida respuesta. “¡A las cinco y media recogeremos todo también y entonces se acabó el día!”.

“¡Al menos podríamos poner un cartel de Diospi Suyana sobre nuestro festival juvenil previsto aquí!”. – Mi sugerencia es aprobada. Y pronto un póster con las palabras “Festival juvenil” adorna la pared exterior de la Revisión Técnica de Abancay. “¿Se supone que ese fue el único punto de una larga tarde a través de las montañas?” Estoy perdiendo mi paciencia.

Enciendo los interruptores de la luz de los despachos. Permanece a oscuras. ¿Qué debo hacer? Diez minutos más y los oficiales darán por terminado el día. Los autos de la cola se rinden. Uno a uno, doblan una esquina y se largan. No tiene remedio. – Empiezo a orar: “Dios, necesitamos electricidad. Ahora”. – ¿Está permitido orar así? Yo tampoco estoy muy seguro. Dios no es un autómata que satisface nuestros deseos personales pulsando un botón. Pero sigo orando en silencio.

Los empleados empiezan a apagar y tapar todos los aparatos de medición. Cuatro horas de viaje en vano. Vuelvo a accionar los interruptores de la luz. Totalmente molesto!

De repente se enciende una lámpara del techo. “Luz”, grito tan fuerte que hasta la persona más cansada debe oírlo. El personal no se lo esperaba. Me miran irresolutos. “¿Qué tal un poco de agradecimiento?” – Pero no tengo ganas de aceptar un soborno. Un cartel en la pared indica que el horario de trabajo termina a las 18.00 horas. Aún faltan 30 minutos. – Sacudo la cabeza. “En el hospital atendemos urgencias día y noche”. Mi referencia al cumplimiento del deber es suficiente.

Las unidades se encienden de nuevo. Internet se activó al cabo de diez minutos con cierta dificultad. Cuando poco después de las 18.00 horas emprendo el viaje de vuelta a casa con el informe positivo de la prueba, apenas puedo creérmelo. Eso fue luz en el último momento.

¿Está permitido orar así? ¡Sí, eso creo! /KDJ

Unas manos ocupadas pegan el póster de Diospi Suyana en la pared.
Esperar no tiene sentido. El hombre de Inti Gas se rinde.
El cartel: ¿Quién lo verá y leerá?
Click to access the login or register cheese