La despedida es difícil y triste

 Quechua Band

Cinco misioneros de largo plazo y dos voluntarias terminan su tiempo en Diospi Suyana

Ellos se habían disfrazado como quechuas-indígenas y cantaron una canción divertida de despedida. Pero el sábado en la tarde el ambiente era triste y deprimido. La comunidad misionera agradeció a siete empleados por el tiempo que pasaron juntos y desean a sus amigos un nuevo y bendecido comienzo en Alemania. Para Michael y Anette Friedemann sus vidas continuarán en Sachsen-Alemania. Michael dirigió durante tres años, los talleres del hospital, sin embargo, sus responsabilidades incluían también los carros del hospital, la panadería y el equipo de limpieza. Su esposa Annett ayudó en la gestión y coordinación de las necesidades de viviendas para los misioneros. En pocos días se irán con sus hijos Ludwig, Lieselotte, Henriette y Annelene de Perú.

Sieben gehen
(De izquierda a derecha) Michael y Annett Friedemann, Miriam Crisanto, Hanna Behrendt, Joanna Moll, Udo y Barbara Klemenz. A la derecha está la Dra. Martina John.

Miriam Crisanto regresa a Alemania después de pasar tres años como enfermera anestesista. Es probable que inicie la carrera de medicina. Las voluntarias Hanna Behrendt y Joanna Moll apoyaron por un año en la administración y los clubes de niños de Diospi Suyana.

El 23 de junio, para la pareja Udo y Barbara Klemenz finalizara su tiempo en Curahuasi. Los dos vivieron en Perú con interrupciones cortas desde agosto del año 2005. El ingeniero Udo se hizo cargo de la supervisión de todos los proyectos de construcción de Diospi Suyana. Barbara se involucró en los trabajos con niños y mujeres. La historia de la pareja Klemenz se ha contado en muchos países. El 16 de febrero del año 2005, mientras estaban en su cocina en Solms-Alemania  los dos habían pedido a Dios profundamente por una misión para sus vidas, cuando de repente llegó una llamada de un extraño y los invitó a Perú.

Los últimos años estuvieron firmemente entre nosotros. No solamente trabajamos juntos día a día, sino también nos reunimos en varias ocasiones como en células e iglesias.

Los siete no vivieron una aventura en el Perú. Nunca esperaron un empleo lucrativo. Más bien, ellos invirtieron su tiempo, su energía y su pasión para servir a Dios y al hombre. Perdieron todos los años una gran cantidad de dinero, ya que las donaciones del círculo personal de amigos cubrieron sólo una fracción de sus salarios anteriores.

Esta disposición trae por un lado un trabajo duro con muchos inconvenientes y por el otro aceptar las pérdidas financieras. Es obvio que la fe de los misioneros les da la fuerza para superar su propio egoísmo. – Sabemos que con los siete misioneros que vuelven ahora a sus tierras quedaremos conectados por una fuerte amistad en el futuro y oramos por ellos que Dios les de una bendición especial.

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